lunes, 4 de noviembre de 2013

This is Halloween Vol. II

Y aquí pongo el broche final al puente de Halloween con otros dos relatos breves de terror. Hasta el año que viene muahahahahahahaha :P

Déjá vu

Hace algún tiempo, un amigo y yo decidimos realizar un pequeño viaje con el fin de descansar un poco de la universidad. Durante dos semanas nos quedaríamos en una casa de campo que se encontraba a unas 4 horas de viaje en coche.

Ya en el camino, Mientras iba en el coche, el paisaje comenzó a resultarme extrañamente familiar, mientras mi compañero de viaje seguía conduciendo, le dije:


-Nunca había estado aquí, pero creo que dos kilómetros más abajo hay una casa.-

Seguimos durante un kilómetro y medio y le dije a mi amigo que después de la próxima curva llegaríamos a una pequeña población situada muy cerca de la autopista. Le dije que la casa era blanca, de dos pisos, con escaleras en la entrada y un pequeño jardín con siniestros árboles. Tenía la impresión de que había vivido allí cuando tenía unos seis años y de que solía sentarme con mi abuela en el porche de la entrada. Los recuerdos me abrumaban y podía recordar que estaba sentado en el columpio del porche mientras mi abuela me abrochaba las botas, cuando llegamos al pueblo, reconocí inmediatamente la casa, cerrada y ruinosa, pero todavía allí. aunque el columpio del porche ya no estaba.

Recorrimos el pueblo, y al llegar a una pequeña y ondulada colina me detuve y exclame:

- Ves esa gran cruz que sobresale entre las demás, Allí es donde me enterraron. 




El Rastrillo



Hace tres años, acababa de regresar de un viaje a las Cataratas del Niágara con mi familia por el 4 de julio. Estábamos exhaustos de conducir todo el día, así que pusimos a los niños en la cama y nos fuimos a dormir.

A las 4 de la madrugada me desperté con la idea de que mi marido había ido al baño. Aproveché para colocar las sábanas, despertándolo en el proceso. Me disculpé y le dije que pensé que se había levantado de la cama. Cuando me vio, suspiró y retiró sus pies de la orilla de la cama tan rápido que su rodilla casi me tiró. Me agarró y no dijo nada.


Después de ajustar mi vista a la oscuridad por medio segundo, fui capaz de distinguir qué causó la reacción. Al pie de la cama, sentado y viéndonos de lejos, había lo que pensé era un hombre desnudo, o un gran perro sin pelo de algún tipo. Su posición era perturbadora y no natural, como si hubiese sido atropellado por un coche. Por alguna razón no sentí miedo, sino preocupación por su condición. Hasta ese momento, estaba con la idea de que debíamos ayudarlo.

Mi marido estaba durmiendo sobre su brazo y la rodilla, doblado en posición fetal, ocasionalmente viéndome antes de regresar la mirada a la criatura.

En un movimiento veloz se arrastró hacia nosotros, a un lado de la cama, hasta quedar a poco menos de 30 cm. del rostro de mi esposo. Por medio minuto, en silencio, sólo le observó.

Se levantó y corrió al pasillo en dirección a los cuartos de los niños. Grité y fui tras él para detenerlo y evitar que los hiriera. Cuando llegué al pasillo, la tenue iluminación era suficiente como para verlo agachado y jorobado a unos 6 metros a la distancia. Estaba cubierto de sangre y tenía a Clara, mi hija. La arrojó bruscamente y huyó por las escaleras cuando mi marido le disparó con su arma desde la habitación.

Una gran herida atravesaba el pecho de Clara y con esfuerzo se mantenía consciente. Llamamos por una ambulancia e inútilmente tratamos de detener la hemorragia, mi marido maldecía iracundo y lloraba descontrolado. Presenciar la vida de mi hija terminar me tenía paralizada y escuchar los lamentos de su hermano menor ante la situación fue insoportable. Sin darme mucha oportunidad de reaccionar mi marido tomó a Clara y la llevó a la camioneta, desesperado por la ausencia de ayuda la encaminó él mismo al hospital. Estoy segura de haberla escuchado decir “Él es el Rastrillo” en una débil y esforzada voz previo a que dejara la habitación.

Impactaron violentamente contra un camión de carga que frecuentaba la ruta de nuestro pueblo, murieron casi instantáneamente.

En pocos días la noticia se movilizó entre los medios. La policía ayudó un poco al principio, y el diario local tomó mucho interés en ello. Pero nada jamás fue publicado, y la nota en las noticias locales nunca tuvo seguimiento.

Por varios meses, mi hijo Alfonso y yo nos quedamos en un hotel cercano a casa de mis padres. Después  decidimos regresar a casa, comencé a buscar respuestas por mí misma. Eventualmente encontré a un hombre en otra ciudad vecina que tuvo una historia similar. Entramos en contacto y comenzamos a hablar de lo ocurrido. Conocía a otras dos personas que habían visto a la criatura que ahora llamaremos El Rastrillo, en Nueva York.

Nos tomó a los cuatro casi dos años de buscar en Internet y escribir cartas para obtener una pequeña colección de lo que creíamos que eran registros del Rastrillo. Ninguno dio detalles, historia o seguimiento. Una jornada involucraba a la criatura en sus primeras 3 páginas, y nunca mencionada de nuevo. El diario de un marinero no explicaba nada del encuentro, diciendo que el Rastrillo le ordenó largarse del puerto en el que recientemente había desembarcado. Fue la última entrada del diario.

Eran varias las instancias en que la visita de la criatura era una en una serie de visitas a la misma persona. Muchos daban registro de que el Rastrillo les habló, mi hija incluida en esos testigos. Esto nos llevó a preguntarnos si el Rastrillo nos había visitado anteriormente antes del último encuentro.

Puse una grabadora digital cerca a mi cama y la dejé corriendo por toda la noche, cada noche, por dos semanas. Oía con interés los sonidos cada día que me despertaba. Para terminar con la segunda semana, estaba acostumbrada al sonido usual del sueño mientras oía el audio a 8 veces la velocidad normal, por cerca de una hora diaria.

Casi a finales del primer mes oí algo diferente. Una voz aguda, estridente. Era el Rastrillo. No pude escucharlo lo suficiente como para transcribirlo. No había dejado que nadie lo oyera. Todo lo que sé, es que lo oí antes, y ahora sé que habló cuando estaba sentado frente a mi esposo. No recuerdo haberlo oído en ese momento, pero, por alguna razón, la voz en la grabadora inmediatamente me lleva de vuelta a ese momento.

Los pensamientos que debieron pasar por la mente de mi hija me hicieron enojar.

No he visto al Rastrillo desde que arruinó mi vida, pero sé que ha estado en mi habitación mientras dormía. Sé y temo que un día despertaré para verlo de pie, con su mirada vacía puesta sobre mí. 









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